28 de julio de 2008

La lengua de los hombres del agua

Joel Armando Zavala Tovar
joelzavalatovar@hotmail.com
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Resumen
La lengua chipaya o lengua de los hombres del agua es una de las variedades más antiguas de la familia uru-chipaya que ha logrado sobrevivir hasta la actualidad en el altiplano peruano-boliviano gracias a la lealtad de sus hablantes y a los diversos fenómenos históricos ocurridos en su territorio. Esta lengua es un caso único en el ámbito andino, pues, no solo presenta peculiaridades dentro de su sistema lingüístico frente a otras lenguas andinas, sino que experimenta un caso de resistencia lingüística que hace posible la preservación de su lengua, lo que no ocurre con otras lenguas andinas que aún se siguen hablando, pero atraviesan lentos procesos de desplazamiento lingüístico.

En el presente artículo describiremos algunos aspectos básicos y fundamentales de la lengua chipaya o lengua de los hombres del agua. Una primera parte abarcará una breve descripción del espacio chipaya y del pueblo chipaya. En una segunda parte daremos cuenta de la lengua chipaya y sus peculiaridades, por último, describiremos brevemente los estudios realizados en esta lengua y realizaremos un comentario sobre la lengua chipaya.

El espacio chipaya
El pueblo de Santa Ana de Chipaya se encuentra ubicado en la parte oriental de la provincia de Sabaya perteneciente a la jurisdicción de Oruro, Bolivia. Esta provincia ha sido descrita muchas veces como un “paisaje lunar” por ser un terreno salitroso y calcáreo que se encuentra a una altitud promedio de 3, 800 metros sobre el nivel del mar. A pesar de dicha descripción, los chipaya se autodenominan “hombres del agua” qhwa-zh zhoñi para distinguirse de “los hombres secos”, por lo general aimaras, a quienes se les denomina tozha ‘extranjero’. Aunque esta autodenominación resulte no tan obvia en relación con su hábitat natural, es entendida de mejor manera cuando se encuentra explicaciones en la historia de los chipaya donde algunos mitos del origen de los primeros habitantes de la zona aparecieron en el lago Ajllata, cerca al río Lauca de donde fueron desplazados por los aimaras. En documentos de la colonia es posible encontrar referencias que nos dan a entender que el territorio de los chipaya comprendía una zona lacustre que fue desecándose paulatinamente hasta llegar a convertirse en un terreno salitroso, calcáreo que se inunda eventualmente y que representa el estado actual del territorio. Fueron estas condiciones las que hicieron que los chipaya pasen de ser originariamente cazadores y pescadores, al igual que los uros del Titicaca o del Poopó, a precarios ganaderos y agricultores en zonas áridas y desérticas. Los chipayas desplazados por los aimaras no se quedaron contemplando su territorio y resignándose a sus nuevas condiciones sino que, al contrario, desarrollaron sorprendentes estrategias de sobrevivencia. De acuerdo con Nathan Wachtel, «los chipaya construyeron diques y canales, represaron las aguas formando nuevas lagunas y emprendieron una verdadera “revolución agrícola”» (citado por Cerrón-Palomino, 2006a). Con esto podemos entender que los chipaya presentan una economía pobre, precaria y de subsistencia expresada en el aprovechamiento de las tierras a partir de procesos ingeniosos de desalinización que han permitido la siembra de quinua y cañagua en proporción moderada, escasamente suficientes para el autoconsumo, además del mejoramiento de los pastizales por medio del sistema de rotación de tierras inundadas que hace posible la ganadería y cuyos productos excedentes con comercializados.

La lengua de los hombres del agua
El chipaya es una de las variedades sobrevivientes de una de las lenguas más antiguas del altiplano peruano-boliviano que modernamente integra lo que hoy se denomina la familia lingüística uru-chipaya (Cerrón Palomino, 2006a). Esta lengua ha estado en contacto con otras lenguas que si bien no se encontraban en el altiplano, como la puquina, llegaron de la zona andina central, como el quechua y el aimara, para desplazar a las variedades del uro. Estos pueblos uros fueron sometidos a lo largo de su historia por dichos grupos lingüísticos, primero por los puquinas, luego por los quechuas y, por último, por los aimaras. Este sometimiento hizo que actualmente solo queden dos variedades: el iru-wit’u, en la naciente del Desaguadero, y el chipaya, al norte del salar de Coipasa, donde la primera variedad se halla en proceso de extinción, en tanto que la segunda se constituye como la única variedad supérstite que cuenta con vigencia en la actualidad gracias a sus hablantes (Cerrón Palomino, 2006a).

Como nos dice el lingüista Rodolfo Cerrón-Palomino: «el chipaya es la única variedad sobreviviente gracias a, como dice el dicho, no hay mal que por bien no venga [sic], gracias a que fueron marginados, humillados, discriminados por los aimaras a lo largo de toda su historia, arrinconados a tierra inhóspitas, supieron sobrevivir a esos contextos, realmente supieron cambiar la situación inhóspita por una situación mucho más llevadera, por eso preservaron su lengua. Estuvieron a punto de perderla también, porque por la década del 30 y 40 tenemos evidencias de que el bilingüismo aimara-chipaya estaba cundiendo, pero esa situación se ha revertido, hoy día los chipayas ya no tienen interés en aprender el aimara, es decir, practican su lengua con mucho orgullo y la segunda lengua que tienen es el castellano» (Presencia cultural, 2006).


La lengua chipaya se mantiene gracias a la lealtad de sus hablantes, en palabras de Cerrón-Palomino, es el único caso de resistencia lingüística en el mundo andino. Los chipayas son en su mayoría bilingües cuya primera lengua, como es evidente, es el chipaya que es la lengua del hogar, de la intimidad y de los juegos, y su segunda lengua es el castellano que es aprendido en la escuela (Cerrón-Palomino, 2006b).

El número de hablantes chipaya asciende actualmente a dos mil hablantes (Cerrón-Palomino, 2006a), no obstante, según algunos cálculos muy conservadores como los del censo de 1993, daban cuenta de un millar (cf.Albó, 1996) [citado por Cerrón-Palomino, 2006a].

¿Qué caracteriza a la lengua chipaya?
A pesar de determinadas convergencias estructurales con otras lenguas andinas (quechua y aimara) que se reflejan en que son lenguas tipológicamente aglutinantes, el chipaya al estar en contacto con dichas lenguas ha desarrollados características estructurales peculiares de las lenguas andinas, no obstante también presenta algunos rasgos ajenos al quechua y el aimara.


Fonológicamente, el chipaya comparte la misma estructura de sonidos que podemos encontrar en el quechua y el aimara, sin embargo, algunas de las peculiaridades más resaltantes se da en el caso de las vocales. Esta lengua presenta un sistema pentavocálico, a diferencia de los sistemas vocálicos del quechua y el aimara, donde es posible distinguir un grupo de vocales cortas o breves (/a/, /e/, /i/, /o/, /u/) y otro de vocales largas (/a:/, /e:/, /i:/, /o:/, /u:/). Es justamente la presencia nítida de las vocales medias /e/, /o/, lo que hace posible la neutralización de la motosidad que se presenta en el quechua y en el aimara que presenta un sistema trivocálico donde están ausentes /e/ y /o/.

Morfológicamente, la lengua chipaya hace uso de sufijos al igual que otras lenguas andinas (quechua y aimara) que han sido heredados de su protolengua, sin embargo, un rasgo peculiar es el uso de prefijos, que no se encuentran en quechua ni en aimara, además de presentar flexión de género (masculino y femenino).

Sintácticamente, el chipaya no difiere de las otras lenguas andinas, pues, presenta la tipología sintáctica SOV, además de pertenecer al tipo de lenguas nominativo-acusativo, es decir, es una lengua en la que los roles de sujeto y objeto se comportan morfológicamente de manera indiferente a la naturaleza transitiva o intransitiva de los verbos. (Cerrón-Palomino, 2006a).
Por último, no podemos olvidar la fuerte influencia que el aimara ha tenido sobre esta lengua que, de acuerdo con Cerrón-Palomino (2006a), podría llevarnos a hablar de un “remodelamiento de la lengua” que se refleja fundamentalmente en la morfología y la sintaxis.

Estudios linguisticos chipayas
Según Cerrón-Palomino (2006a), se distinguen dos etapas de estudios linguisticos de la lengua chipaya que toman en cuenta el desarrollo de tales estudios. La primera etapa es denominada pre-lingüística y la segunda es caracterizada como lingüística propiamente dicha.


En la primera etapa considerada como pre-lingüística destacan los trabajos realizados desde una perspectiva histórico-arqueológica y etnográfica antes que lingüística, además de ser de carácter documental y no analítico donde predomina el afán de registro antes que el análisis lingüístico propiamente dicho (Cerrón-Palomino, 2006a).

Uno de los primeros trabajos fue el realizado por Max Uhle, quien en 1984, ingresando a Oruro por Talina y Lipes, tuvo noticias sobre la existencia del chipaya de labios de un cura que había estado en el pueblo. A pesar de algunas dificultades para llegar al territorio chipaya, Uhle pudo recoger alrededor de cuatrocientos vocablos y no solamente quince palabras, como sostenía un investigador mal informado (Cerrón-Palomino, 2006a).

La segunda persona en realizar estudios sobre los chipaya es Arthur Posnansky, ingeniero austriaco, quien se ufanaba de haber “descubierto” la “hasta entonces completamente desconocida tribu de los chipayas”. Este investigador además de recoger algunos datos etnográficos, recoge y publica, por primera vez, materiales léxicos y fraseológicos de la lengua, ordenados por dominios semánticos y temas gramaticales (Cerrón-Palomino, 2006a).

Un tercer investigador es el etnógrafo suizo Alfred Metraux, quien realiza trabajos de campo con los chipayas. En uno de sus viajes se dirige hacia Santa Ana de Chipaya, donde permanece por espacio de dos meses (enero y febrero de 1931) donde, según sus propias palabras, “salvar la lengua de los uros”, convencido de ser él mismo “el último etnógrafo con chance de recoger los últimos sonidos de una habla sin duda muy antigua”, que tenía los días contados. Como producto de su trabajo, da a conocer sus estudios etnográficos, que contiene oraciones, mitos y cuentos chipayas, como propiamente lingüísticos, que comprenden un vocabulario, tres testimonios en chipaya, con una traducción literal interlinear (Cerrón-Palomino, 2006).

Un cuarto investigador fue el etnógrafo francés Jehan Vellard, quien dejó valiosas informaciones sobre la lengua y la cultura de los chipaya. Por último, encontramos algunos breves apuntes sobre la lengua realizados por Zenón Bacarreza, que son más bien informes sobre la realidad socioeconómica del cantón de Santa Ana. Tal es, hasta donde sabemos, todo el material lingüístico chipaya disponible hasta la primera mitad del siglo XX (Cerrón-Palomino, 2006a).

En relación con estos estudios Cerrón-Palomino (2006a) nos dice estos se caracterizan: «en términos generales, por la inseguridad de su transcripción fonético-fonológica, manifiesta en las constantes vacilaciones en que incurren los autores en la representación de un mismo elemento […]. Otra deficiencia común que se advierte en los materiales, esta vez con repercusiones gramaticales y semánticas, tiene que ver con la postulación y la glosa de las entradas ofrecidas en los vocabularios: en muchos casos aquéllas constituyen verdaderas formas verbales conjugadas cuando no frases predicativas o imperativas […]».

En la segunda etapa considerada como lingüística resaltan los trabajos de los lingüistas Ronald Olson y Liliane Porterie, norteamericano el primero y francesa la segunda. Olson, miembro del Instituto Lingüístico de Verano (ILV), trabajó durante 17 años (1960-1977) con los chipayas, mientras que Porterie, investigadora del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), pasó varias temporadas realizando trabajo de campo entre el 12 de octubre de 1983 y el 31 de agosto de 1985, en Santa Ana de Chipaya (Cerrón-Palomino, 2006a).

El primero de los investigadores publicó dos trabajos de índole comparatística donde pretendía probar la relación de parentesco “a gran distancia” entre el maya y el chipaya”, y otro de naturaleza descriptiva, específicamente sobre la estructura silábica de la lengua, con una propuesta igualmente discutible. Tales son, por así decirlo, los únicos estudios de corte académico publicados por el autor (Cerrón-Palomino, 2006a).

En relación con Liliane Porterie podemos decir que esta investigadora había conducido in situ un trabajo de campo extraordinario y meticuloso, sin embargo, tuvo la mala suerte de no disponer de tiempo necesario para analizar sus datos, pues, aquejada por una enfermedad incurable, dejó de existir en diciembre de 1988. Respecto a los estudios realizados por ambos investigadores, Cerrón-Palomino (2006a) nos dice que: «de esta manera, por razones de preferencia en el caso de Olson, que privilegiaron los trabajos de índole religiosa, y por motivos inexorables de salud, en el caso de Porterie, los estudios propiamente linguisticos del chipaya han sido relegados hasta la fecha, y es dentro de este contexto que iniciamos el “Proyecto Chipaya”, cuyo objeto principal es precisamente tratar de cubrir el vacío mencionado”.

El Proyecto Chipaya
Las actividades del proyecto chipaya se inician en el año 2001 y comprende dos etapas de investigación: en la primera etapa se preparó el libro El chipaya o la lengua de los hombres del agua de Rodolfo Cerrón-Palomino (2006a), publicado por el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y la segunda etapa, actualmente en desarrollo, consistente en la elaboración de un diccionario y de un estudio de la tradición oral chipayas, elaborado al alimón con Enrique Ballón Aguirre. (Cerrón-Palomino, 2006a).

El trabajo último de Rodolfo Cerrón-Palomino, cristalizado en la publicación de El chipaya o la lengua de los hombres del agua, toma como fuentes primarias los estudios prelingüísticos mencionados anteriormente, además de los estudios linguisticos, en ciertos aspectos, realizados por Olson y Porterie. Su trabajo presenta un carácter eminentemente analítico y constituye la primera gramática completa de la lengua chipaya que se ve enriquecida por la acuciosidad del autor para hallar los vacíos y deficiencias de los estudios previos.

Comentario
El trabajo de Cerrón-Palomino, como dijimos anteriormente, constituye la primera gramática completa de la lengua chipaya, donde podemos destacar dos aspectos importantes. El primer aspecto que podemos denominar como interno o inherente está relacionado con la calidad del trabajo lingüístico realizado por el mencionado autor y con la manera en que se abordan los datos de la lengua chipaya. Un segundo aspecto que podemos considerar externo es que su obra constituye un intento actual por revalorar y mostrar la riqueza de la cultura chipaya a través de su lengua. Por último, el trabajo de Rodolfo Cerrón-Palomino sobre la lengua chipaya abre nuevos senderos en la investigación de las lenguas andinas, propósito que no es novedoso, pues, se ha demostrado a lo largo de sus valiosas publicaciones en lingüística andina.

Bibliografía
Andrade Ciudad, Luis. “Habla sobreviviente”, en El Dominical, suplemento del diario El Comercio, edición del 8 de octubre de 2006.

Cerrón-Palomino, Rodolfo. 2006a. El chipaya o la lengua de los hombres del agua. Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Cerrón-Palomino, Rodolfo. 2006b. “El chipaya es un caso único de resistencia lingüística en el mundo andino”, en Punto Edu 60, pág. 16.

Anexos
Presencia cultural. 2006. Entrevista a Rodolfo Cerrón-Palomino sobre la lengua chipaya. Revisado el 25 de junio de 2008.

1 comentario:

Nila dijo...

como siempre, muy informativo el post querido Joel
gracias
un abrazo
Nila

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