8 de octubre de 2006

Habla sobreviviente

La lengua de los chipayas. La edición de El Chipaya o la Lengua de los Hombres del Agua, del lingüista Rodolfo Cerrón-Palomino, es el mayor estudio realizado sobre esta lengua amerindia, que ha persistido en el tiempo gracias a la insólita lealtad de sus hablantes.
Por Luis Andrade Ciudad
Aunque Santa Ana de Chipaya, en Oruro, Bolivia, es una tierra que ha sido descrita como un "paisaje lunar" por su extraña configuración de salares y eriazos a 3,800 metros de altitud, sus habitantes, los chipayas, se llaman a sí mismos "los hombres del agua" (qhwazh zhoñi). Así, se oponen a sus antiguos vecinos, los aimaras, a quienes denominan "los hombres secos", expresando una diferenciación aparentemente basada en el hecho que el territorio chipaya conformó antiguamente un complejo sistema lacustre que fue desecándose poco a poco, y del que hoy solo quedan tierras salitrosas que se inundan en época de lluvias para formar un efímero mosaico de lagunas.

En estas tierras, por momentos "lunares" y en ocasiones cenagosas, viven los chipayas, los únicos uros que subsisten como grupo social autónomo. Ellos hablan el chipaya, lengua de la antigua familia lingüística uruquilla, que alguna vez contó también con hablantes en nuestra bahía de Puno. Lo peculiar de los chipayas es que han logrado mantener su lengua a pesar de las intensas agresiones infringidas no solo por el castellano y el aimara, en los siglos recientes, sino también probablemente por el puquina, considerada como la lengua de la cultura Tiahuanaco, siglos atrás.

Leyenda de un origen

La antigua y compleja relación de subordinación de los chipayas con respecto a los aimaras ha quedado reflejada en su mito de origen, como ha señalado a mediados de los setenta el eminente historiador Nathan Wachtel. Los chullpas, "ancestros" de los chipayas, poblaban la tierra antes de que apareciera el Sol. Los adivinos predijeron el nacimiento del Astro Rey, pero no atinaron a determinar por dónde surgiría. Para protegerse entonces de los rayos solares, los chullpas construyeron chozas con entradas mirando al este. Y cuando el Sol salió -ciertamente por el este-, todos murieron calcinados, con excepción de unos cuantos, que se refugiaron en el lago Ajllata. Poco después, los aimaras empezaron a construir la torre de la iglesia de Sabaya por orden de su curaca. Los chullpas salían por la noche del lago Ajllata para ayudar a los aimaras en secreto. Un buen día, los aimaras notaron que la construcción amanecía cada vez más alta y, suspicaces, se quedaron observando y vieron que eran los chullpas quienes los ayudaban. Tendieron trampas para atraparlos, pero solo consiguieron prender a uno de ellos. Le pidieron referencias acerca de su pueblo, pero por las barreras idiomáticas, les fue imposible obtenerlas. Entonces lo siguieron hasta dar con todos los chullpas refugiados en el lago. Los capturaron y bautizaron a sus prisioneros con nombres que posteriormente las familias chipayas adoptaron. Al principio premiados por su ayuda, paulatinamente los chipayas fueron expulsados por los aimaras hasta terminar confinados en el desierto altiplánico, donde fundaron Santa Ana de Chipaya, su tierra cenagosa y lunar.

Persistencia en el tiempo

Ahí los chipayas emprendieron una ardua y creativa transformación, a lo largo de los siglos, desde una economía basada en la pesca y la caza, hasta otra centrada en la agricultura y la ganadería. Y en este proceso, a pesar de las amenazas de distinto signo, han sabido mantener su idioma, que hoy tiene su primera descripción gramatical completa (El chipaya o la lengua de los hombres del agua, Rodolfo Cerrón-Palomino, Fondo Editorial de la PUCP, 2006).

El libro nos da noticias de un idioma único en el ámbito andino, tanto por su especial fonología, por sus características inusitadas para la gramática quechua y aimara, como por la presencia de la flexión de género y la existencia de prefijos. Al mismo tiempo, nos muestra una lengua intensamente influida por el aimara circundante (el orureño), sobre todo en la sintaxis y la morfología.

Tenemos, pues, un acercamiento de primera mano a una aventura lingüística sin precedentes en nuestro medio: considerados parias por sus diversos dominadores, motejados de chullpa-puchu ('sobras de los chullpas') por sus antiguos vecinos aimaras, convertidos en tributadores de piojos durante la administración incaica, tratados por los administradores coloniales como "rudos" y "groseros" y posteriormente como "momias vivientes" por viajeros e investigadores occidentales, los chipayas han sabido remontar una historia de oprobio y marginación manteniendo viva su lengua, al haber intuido que ella constituye la llave maestra para conservar su identidad y existencia como pueblo. Hoy, cuando se encuentran debatiendo activamente sobre las mejores opciones para el desarrollo de su idioma, el trabajo de Cerrón-Palomino les proporciona un instrumento clave para seguir construyendo su propia historia.
Fuente: El Dominical, suplemento del diario El Comercio. Edición del 8/10/06.

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