8 de octubre de 2010

El problema de Platón o de la pobreza de estímulos

(Recensión de "El argumento de la pobreza del estímulo: la opacidad y la escasez de los estímulos. La paradoja del aprendizaje. El Problema de Platón" *)

Joel Armando Zavala Tovar

Un hablante reconoce como bien formada cualquier oración que se capaz de relacionar, es decir, identificar con el tipo o modelo de otra u otras con que haya entrado en conocimiento con anterioridad. De acuerdo con este punto de vista, la competencia gramatical de los hablantes consistiría en una capacidad cuya estrategia básica es la “analogía”, y no exactamente la “imitación”.

Chomsky concluye “la imposibilidad de dar cuenta del conocimiento del lenguaje en términos de analogía”.

La pura semejanza superficial o “analogía” entre oraciones diferentes no parece resultarle de mayor utilidad a un hablante en el desarrollo de habilidades verbales como las comentadas.

El conocimiento de un hablante acerca de las propiedades de los mensajes no puede reducirse a aquello que es capaz de derivar de su simple contemplación y comparación, es decir, por simple evaluación de analogías. Juan Carlos Moreno Cabrera lo ha expresado mediante lo que denomina el Principio de Opacidad:

“Muchas propiedades gramaticales importantes de las lenguas no se pueden descubrir y enunciar si nos atenemos a un análisis superficial, sino que necesitamos aplicar unos complejos mecanismos teóricos de descripción mediante los cuales hacer explícitas esas propiedades gramaticales implícitas pero fundamentales” (Moreno Cabrera, La Lingüística Teórico-Tipológica)

En palabras de Chomsky:

“Los principios que el científico está tratando de descubrir, el niño ya los sabe: intuitivamente, inconscientemente y más allá de la posibilidad de introspección consciente” (Chomsky, El lenguaje y los problemas del conocimiento)

Chomsky opone evidencias lo suficientemente fuertes como para sospechar que lo que un hablante sabe acerca de una cadena lingüística desborda con creces lo que la cadena en sí, esto es, en tanto componente material de la experiencia, le aporta.

El ámbito con relación al cual deberán verificarse las aportaciones del lingüista es el de la mente del hablante, en la medida en que lo que aquel trata de caracterizar es la capacitación cognitiva de éste para desenvolverse en el ejercicio del lenguaje.

Los puntos de vista de Chomsky han sido interpretados como un reverdecer de los planteamientos “racionalistas”, en los que la consideración de la mente del individuo prima sobre la del ambiente en el que se desenvuelve.

Chomsky se basa en la práctica ordinaria del lenguaje para justificar la prevalencia de los conocimientos de que dispone el hablante sobre las propiedades manifestadas en los lenguajes. Los mensajes son especialmente “parcos”, en el sentido de que muchas de las propiedades que el hablante les atribuye carecen de expresión en el mensaje mismo.

Esta idea constituye un primer aspecto de lo que Chomsky ha denominado el “argumento de la pobreza de estímulos”. Los estímulos son pobre en el sentido de que no transparentan formalmente muchas de las cualidades que los hablantes proyectan sobre ellos. Es lo que arriba hemos denominado opacidad. Pero los estímulos son también pobres en otro sentido, mucho más esencial en la línea de argumentación de Chomsky. Al adoptar la perspectiva ontogenética, es decir, al evaluar el proceso de desarrollo individual del lenguaje. Chomsky destaca la uniformidad del proceso, tanto en el tiempo requerido como en la sucesión de fases que implica, y la notable independencia con relación a los estímulos concretamente recibidos por el niño.

El niño tiene la capacidad de sobreponerse a un entorno empobrecido. El estímulo puede ser pobre por “escaso”, sin que ello conlleve mayores desequilibrios entre los hablantes. En este sentido, Chomsky apunta como altamente significativas dos tipos de circunstancias puestas de relieve por la psicología y la lingüística contemporáneas: por un lado, los casos de privación perceptiva, como la ceguera, durante el periodo de adquisición del lenguaje. Los resultados de las investigaciones llevadas a cabo en esta area son sintetizados por Chomsky de la siguiente manera:

“Los niños ciegos sufren una seria falta de experiencia, pero su facultad lingüística se desarrolla de forma normal (…) Hay casos de individuos que han adquirido los matices y las complejidades de la lengua normal en un grado asombroso de refinamiento, pese a que han sido ciegos y sordos desde la infancia, algunas veces desde que tenían dos años, una época en la que apenas sabían decir unas pocas palabras; su acceso de lengua está limitado a los datos que pueden obtener de poner la mano en el rostro de una persona que habla (…) Tales ejemplos demuestran que bastan datos muy limitados para que la facultad del lenguaje de la mente/cerebro suministre una lengua rica y compleja, provista del detalle y el refinamiento de la lengua de las personas que no tienen esas carencias (Chomsky, El lenguaje y los problemas del conocimiento).

En opinión de Chomsky, la mente provee al sujeto de las categorías o nociones que su privación perceptiva le impide extraer de la propia experiencia. Se trata, por tanto, de un claro argumento a favor de las tesis racionalistas de Chomsky.

La suma de los argumentos de la “opacidad” y la “escasez” de estímulo configuran la esencia del argumento chomskyano sobre la pobreza de los estímulos, verdadera idea motora del pensamiento de Chomsky desde sus más tempranas formulaciones. Se esboza ya, por ejemplo, en 1959, fecha de publicación de su crítica a Skinner, donde se hace sobre todo hincapié en la irrelevancia del control externo sobre el niño en el período de adquisición de lenguaje.

Chomsky destaca que el aprendizaje de una lengua es un logro personal del niño que lo lleva a cabo, en el que los esfuerzos y el empeño reguladores de los adultos que lo rodean se revelan esencialmente intrascendentes. Pinker lo expresa de un modo especialmente elocuente:

“Debemos deshacernos de la falsa creencia de que los padres enseñan a hablar a sus hijos (…) Esta enseñanza adopta la forma de una variedad de habla que se ha dado en llamar Motherese, en inglés, Mamanaise, en francés y Maternés en español (…) En muchas comunidades, los padres no se dedican a impartir el idioma maternés a sus hijos; es más ni siquiera dirigen la palabra a los niños hasta que éstos ya saben hablar, salvo algunas peticiones y regañinas ocasionales. Y no es del todo descabellado. En el fondo, es evidente que los bebés no entienden ni una sola palabra de lo que se les dice, así que, ¿para qué gastar energías en monólogos?” (Pinker, El instinto del lenguaje)

Chomsky señala, existe una relación inversa entre la motivación y el esfuerzo del niño, de un lado, y el adulto, de otro, pueden dedicar a la tarea de aprender una lengua, y la progresión que nos será dado a apreciar en uno y otro caso. Podría decirse que un niño aprende su lengua casi a su pesar; no, desde luego, en el sentido de que oponga resistencia de ningún tipo al curso del proceso, sino en la medida en que factores como la voluntad, la dedicación y el esfuerzo resultan para él irrelevantes.

Los diferentes problemas acumulados hasta aquí acaban de conformar lo que Chomsky denomina el Problema de Platón:

“¿Cómo es posible que los seres humanos, cuyos contactos con el mundo son breves, personales y limitados, son capaces de saber tanto?” (Chomsky, El lenguaje y los problemas del conocimiento)


Bibliografía

CHOMSKY, Noam

1988 El lenguaje y los problemas del conocimiento. Conferencias de Managua 1. Madrid: Visor.


LORENZO, Guillermo

2001 Comprender a Chomsky. Introducción y comentarios a la filosofía chomskyana sobre el lenguaje y la mente. Madrid: A. Machado Libros.


MORENO CABRERA, Juan

1995 La lingüística teórico-tipológica. Madrid: Gredos.


PINKER, Steven

1995 El instinto del lenguaje. Cómo crea el lenguaje la mente. Madrid: Alianza Editorial.

* En Lorenzo 2001

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